martes, 29 de diciembre de 2009

EL FULLERO SUTIL




En la guerra, la primera baja es a la verdad. Así lo advirtió Tucídides. Y tiene razón. Los vientos de la información son manipulados para dirigir las barcas asesinas. Muchas veces se ha ocultado el verdadero número de víctimas de un gobierno corrupto amangualado con alguna transnacional de renombre. Por ejemplo, el caso de la masacre de las bananeras. Para quien no conozca el hecho, a un grupo de campesinos que reclamaban sus derechos se les rellenó el estómago de plomo, se los sazonó en la sal marina para, por fin, hervirlos en la olla del olvido. ¿Quién lo hizo? El gobierno de turno y la misericordia del señor Brown. Las noticias hablaron de 9 muertos, después de cien…siempre se ocultó el número y los cadáveres. Es posible que fueran más de tres mil personas fusiladas.
El anterior era un ejemplo olvidado que ayuda a demostrar el lapidazo de Tucídides. Y de esas cosas de guerras, porque hay muchas maneras de hacerla, habló también Sófocles: Amor, invencible en el combate. Frase de terremoto. Y esta queda mejor explicada así: Dos personas que se aman luchan en su cama, en su casa y en la distancia. Algunos lo hacen tratando de hacer de sus cuerpos uno solo, otros tratando de recortar el tiempo y el espacio que se abre entre ellos. En palabras sanas, recortar la distancia. Bien pues para aquellos soñadores del amor ha nacido una nueva conjura; hija de Tucídides y Sófocles. Vaya matrimonio.
El amor en guerra se nutre de verdades a medias o tan solo de verdaderas mentiras. Parece ser claro. La fuerza que hace invencible al amor en combate es la mentira. Y la mentira es actor de tal conflicto porque la verdad ya ha sido de baja en el momento en que se declaró la guerra amorosa. La unión de Tucídides y Sófocles retoza en una cama de verdades decapitadas. ¿Existe otra interpretación? Por su puesto, muchas, infinitas. Pero es necesario invocar a la señora sutileza para que medie, recorte y traiga una interpretación valiosa.
La sutileza juega con los excesos y los defectos, con los extremos: lo ata, los desata, los mezcla y los separa. En ese laboratorio de juguetes nace el tercer o cuarto camino cuando solo se veían dos. Quizá la sabia prudencia proclame que la frase de Tucídides está siendo tomada en un nivel de lenguaje distinto al de la frase de Sófocles. Son dos niveles de lenguaje distintos, y que si se unen lo hacen a través de una relación analógica de proporción, no de atribución. Así pues, ella proclama que el presente escrito es tan solo un juego equívoco del lenguaje. Sabia. Invoca una verdadera hermenéutica sobre cada una de las frases de roca.
A la tal sutileza le sale al encuentro una gemela, la hermana negada, la olvidada, la encerrada en el torreón por fea y panzona. La palabra Tahúr es propia de la Edad Media. Tahúr es un rey por los lados de Armenia que jugaba con las relaciones diplomáticas de su pueblo con los cruzados. De allí tomó esta palabra una connotación peyorativa. Se veía como el rey vendido. A esa imagen se le añadió la del jugador tramposo, engañador, mentiroso. Un término pomposo y sonoro resume dichos predicados: fullería. El Tahúr fullero. Fullero es quien juega y engaña. Es el mediador, el diplomático que une, desune, arregla y quita. Es el que encuentra la quinta pata para sacar al gato del conflicto. Es el sutil. Esta es la gemela odiada de la sutileza.
La sutileza, disfraz de la fullería, ha decretado que es necesario hacer una hermenéutica más exhaustiva. Y esta que se hace en este escrito ha proclamado que ella es una fullera, una tramposa y mentirosa. Por tal motivo no es extraño que, aquí, su opinión sea tan solo un engaño más que hace para quedarse con el poder simbólico.
Así pues, quedan recluidas ambas en el torreón lóbrego. De ella es útil tomar el juego. Jugar con las palabras, jugar con los sentidos de ellas sin temer caer en el equivocismo pues es su misma naturaleza serlo…y odiando la analogía que es una amangualada de la sutileza. Pero bien, este escrito no es para desportillar a las odiosas. Es para demostrar a los ilusos del amor que sus relaciones se basan en mentiras.
Pobrecillas de las personas, generalmente mujeres, que piden a sus parejas la verdad. “dime la verdad, ¿Me amas?...Si amor, te amo”…Mentira. Pero ese es el colchón del amor. Lo mejor es que disfruten de la compañía. Lo mejor es chupar el tuétano de la relación, esclavizarse hasta sangrar placer…y no preocuparse de la verdad pues en ese combate ya ha sido dada de baja. Amén.

martes, 10 de noviembre de 2009

LA SENDA DEL ARGENTUM

-Traje, además, unos bultos de plata- Dijo el profesor.

La plata o Argentum –continuó- es un viejo amigo, elemento del ser humano. El Hombre primitivo hacía simbiosis con los vegetales, con los animales y con los minerales. Su espíritu intuía las líneas de plata que circulaban como venas de sangre dentro de la tierra. ¡Y las seguía hasta el fin! Muchas veces, el hilo blanco era interrumpido por un precipicio. El caminante sabía el peligro de desviarse y también la cruel consecuencia de arrojarse por la peña. Sin embargo, su camino no se detenía. Como embriagado por el olor de la sangre, se lanzaba hacia el infinito plateado con la certeza de que era el camino. Había alcanzado su meta.

En la clase lloraba un joven. El maestro se acercó a él y cuando vio los senderos húmedos en sus mejillas comprendió el motivo de tales. El chico había seguido el camino argentoso y cuando se había despeñado en el abismo de su inconsciente, todo se le había revelado. Pero a pesar de tener su propia interpretación, el profesor le pregunto la razón de sus lágrimas.

Él explicó –Lloro por el caminante que cae-

Los alumnos se rieron.

Él prosiguió sin hacer caso de las palabras de los demás –El rostro de aquel señor dibujaba el horror al vacío, pero no por ello dejaba de sentir alegría. Alguna esperanza lo movía. En su ruta nos enseñaba cuanto nos espera a todos: la muerte...y tal vez, algo más-.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Deseos Neuróticos

¿Cuestión del deseo? Si. Es la plataforma antropológica que estrella sus olas contra el muro de la razón. Es sencillo. X vive con Y. Parecen ser felices. Pero en el subsuelo de sus caracteres hay un topo haciendo casa: El deseo. ¿Acaso el ser humano puede ser transparente? Si así fuera sería estático, pero no lo es; el bendito deseo lo mueve como terremoto. Y en los varones con más ímpetu. No es extraño que Jairo quiera estar siempre echado sobre John. Es que el ímpetu es violencia, ataque, asalto…pero sobretodo, echarse sobre…la espalda del otro. Y de eso no carecen. Pero en Jairo con más vigor.

El deseo pone y quita la máscara. Eso quedó comprobado cuando Z llegó al apartamento. Fue recibido por miradas danzarinas que preferían las sombras ante que la luz. ¡Pobre David! No sería el tercer excluido…Aquí me detengo para aclarar que no se trata de una bacanal entre hombres. No. Es, al contrario, un relato real de amor por lo bello. Valga también dejar asentado que lo bello es el disfraz del deseo…en fin, mejor retomo la madeja.

John sale a trabajar y mientras tanto Jairo queda en casa. Él también trabaja, solo que lo hace pocas veces y gana muy bien. Son esos trabajos para afortunados. Y entre venga que vaya, David frecuenta a Jairo. Esto parece un trabalenguas. Bien, Jairo conoció a David gracias a M. Así que se frecuentan los tres: Jairo, David y M. Hablan, ríen, cantan, juegan. Nada distinto. Sí son raras las sombras que vagan mirando a los ojos. Esos flechazos furtivos que evocan a los Cazadores Del paleolítico; con puntas de piedra. Se estocan la barbilla, se sajan los labios, penetran sus abdómenes, pero todo es realizado por esos fantasmas que suplantan la verdad.

La palabra furtivo tiene la siguiente acepción: “quien caza ilegalmente en la propiedad de otro”. Así lo define el diccionario breve etimológico. Y como todo dueño defiende sus bosques, John no es la excepción. Huele el orín adversario y corre a marcar territorio. Claro, él no está seguro de nada; solo se imagina, huele. En este sentido es lo mismo imaginar que oler. Aquí hay tres relaciones de deseo, y todas encubiertas. Porque no es claro todavía qué es lo que desea John de David y que le produce celos. ¡Esa es la palabra! Celos. Esta equivale, en esta historia, a Furtivo.

El deseo no es malo. Al contrario, es una dignidad del humano. Para san Agustín el deseo es la capacidad natural de dirigirse a Dios. Así es posible una experiencia religiosa. Platón ve el deseo como eros. Este es la fuerza vital que conduce a la persona a lo eterno; un impulso divino. Freud quita el antifaz al deseo y se lo pone él mismo. Se trata de una energía que se reviste de bondad, de Dios, para encubrir taras. Sin embargo, no se trata solo de sexo. Es una condición humana lícita como todo lo humano. Pero, ¿Qué busca en realidad el deseo?

Cazar en territorio ajeno. Ese sabor delicioso del engaño, de la treta, del dolo, es un placer intenso. En la cacería intenta aparecer el verdadero rostro. No…el varón, ni la mujer son fraudes por naturaleza. Ellos son tan diáfanos, hasta que aparece el deseo. Cuando este aparece entonces, la persona religiosa busca a Dios, y la menos crédula, a otros dioses; cuando hay enfermedad, el remedio cura todo es Dios; ante la sociedad cruel, la persona busca regresar al vientre materno, al paraíso perdido; ante el dolor del pecado y el ideal de santidad frustrada, se busca paliar con la gracia. Quienes son más ateos y prefieren buscar dioses, cubren sus engaños con paños sucios de promiscuidad, autoerotismo, egoísmo…narcicismo. Y al final, todos los anhelos se ponen el velo.

Esta explicación tan larga es para matizar las hazañas de los cazadores furtivos. Y no es casual que tenga sonoridad con furor. Furor, furere en latín, es estar loco, delirar, rabiar. Y claro los ojos deliran y echan babaza del esfuerzo que hacen por atrapar cuerpos fibrosos. Vaya locura la de los cuerpos. Son tan, tan llenos de carne…y de espíritu, cierto. Mejor dicho, son tan sensuales. Y no por tener huesos fuertes, también por eso, sino sobre todo, por tener sensus, por involucrar los sentidos. Es que un cuerpo como el de David enloquece hasta al famoso rey que lleva ese mismo nombre. Bueno, es verdad, ese se enloquecía con frecuencia por mujeres ajenas y también por algún Jonatán.

Pues por fin triunfó el vigor, el eros, el deseo. Fue un día en que se encontraron por turnos. Claro, nada programado racionalmente, solo por azar. Y es que si hubiese mediado la razón en eso, el deseo hubiese fracasado. No, corrijo. Si se enfrenta la razón al deseo, ésta sale vituperada. ¿Acaso no decía san Pablo: no hago el bien que sé, en cambio me dedico a hacer el mal, llevado por el deseo? Ellos estaban allí. John y David veían una revista. Darío estaba donde sus padres. Así pues, el apartamento solo, ellos solos, y los anhelos hirviendo…pues estalló la olla. Primero se rozaron las manos, luego le quitaron la falda a la niña de los ojos y eso bastó para derribar los diques de la locura.

Esa tarde John salió a trabajar muy tieso y muy racional. Su deseo se había extinguido. Estaba saciado. Jairo quedó solitario en casa, eso sí, no por mucho tiempo. David llegó, tocó el timbre, -¿Quién es?- pregunta el de adentro. –Yo. Vengo a llevar unas cosas que dejé hace unos días- responde el de afuera. Y entre adentro y afuera se hizo un pegue tal que no hubo cucharita de plata que lo dividiera. Por lo menos durante una hora. Jairo lo hizo pasar, lo hirió con caricias, le dio a beber todo el líquido de la nevera exhausta por la espera. Ambos calmaron los apetitos, el hambre voraz.

Así se rompieron unas máscaras. La de David con John y la de David con Jairo. Pero aún quedaban las de Jairo y John. Y esa máscara era David. El deseo hecho carne. De todas maneras siempre hay cosas ocultas y quien juega a las escondidas es el bendito y siempre bienvenido deseo.

FIN

viernes, 11 de septiembre de 2009

FRUSLERÍAS DE LAS METAMORFOSIS.


La familia de Santiego se fue a vivir en medio de un bosque. Es un sitio lóbrego; los árboles sofocan la luz y los matorrales cierran los caminos. El aire permanece quieto, sólo lo mecen las olas de mosquitos. La casa que va a habitar está despellejada; muestra carnes y huesos. Está construida de bajareque: barro y guadua; los pisos son de tierra, carretera para los ratones. Y allí están ellos: mamá, papá y dos hijos, Santiego y su hermana.
El joven es inquieto por naturaleza. No soporta aquel lugar. Aunque parezca increíble, el oxígeno lo asfixia.
–Vámonos de aquí. Te quiero llevar a un lugar donde no haya gatos- dice Santiego a su amigo Mukh. (Aquí por cariño le diremos Muk o Mus. Da igual). Se lo echa al bolsillo y salen en una especie de vuelo. Muk alcanza a tomar un poco de queso pues, piensa, en esas circunstancias lo mejor es tener el estómago contento y el corazón lleno.
Avanzan de prisa hasta que por fin atraviesan una bodega. Esa es la puerta de salida, el límite entre el bosque y el potrero. Y al cruzar…la luz. El sol los ciega, pero no tanto como el horizonte. Huir de los gatos, no de la curiosidad que los mata. Aquellos tienen los colmillos afilados, ésta, ensartados. Si, la curiosidad se clava en sus vidas, y el paisaje en sus almas.
-Súbete Mus-.
Santiego se convierte en una nube, o en una alfombra voladora. No sé. No es hijo del príncipe Hussein, ni es un cuento de las “mil y una noches”. Tampoco es la imaginación de Toriyama, “Dragon Ball”. No es un “manga” aunque si están en un potrero. En fin, él se sube, luego la nube se eleva a una altura prudente; desde allí es más fácil ver el mundo. Y entre risas y son-risas comienzan a conocer y a bailar.
-¡Tantos lugares y ninguno está libre de gatos!- Exclama Santiego.
-Si. Hay muchos lugares pero ninguno es confiable- Replica Mus… y continúa diciendo: -hemos recorrido muchos países, hay tierras de cultivo, poblados en fiesta, montes, casas desocupadas, oportunidades, pero en todas se corre peligro. Ya estoy agotado.- Ambos padecen nostalgia.
Mientras van exponiendo sus quejas se descubre una casa. No es gran cosa; es de forma rectangular, por fuera se ve que sus paredes son blancas, el techo es de zinc. Se asemeja a una terminal del tren. Tiene una entrada ancha como con ganas de tragar, y dentro, silencio y oscuridad. Se muestra tan familiar. Algunos lugares se parecen a la patria, sin embargo, siempre tendrán un celaje que provoca recelo, desconfianza. Algún enemigo se esconde agazapado, con sus garras al acecho para desmembrar a su presa. Pero la fuerza del recuerdo paterno y materno atrapa como la tela de araña a las moscas.
-Este es el lugar que buscamos- grita con alegría Muk.
-Si, por fin lo hallamos. Por esto salimos y hemos llegado-. Reconoce el compañero.
Se acercan a la entrada. Mus corre, el joven camina. Por eso llega primero el ratón y lo engulle la oscuridad. Un enorme jabalí se lo traga. Lo mismo sucede con el muchacho. Se escucha el crujir de los huesos desarticulados por las mandíbulas de la bestia, y…nada más. Son un plato suculento.


Mientras tanto, en algún lugar del bosque, hay una mujer. Es una gran trabajadora. Algunas de sus labores son: primero, lava la ropa de sus padres y de su hermano para limpiar el aire enrarecido del bosque; segundo, rocía su jardín y llueve sobre ese país y, tercero, sacude la alfombra y truena. En esa labor se complace. De repente viene a su memoria una carta de su carnal. Las palabras de él resuenan en su cabeza: -Debes abrirlo solo al final-. Así lo hace. Saca el papel del sobre y aparece escrito: “Es la bestia de la cabaña”. Claro. Santiego no le oculta nada. Ella interpreta el mensaje. La bestia tiene la culpa. Por eso su violín está hecho pedacitos. La bestia hace mucho daño con sus colmillos. -¡Animal incisivo!- esta frase la estremece de rabia. Corre a golpear al Jabalí. Le da tantos golpes en su lomo que lo hace vomitar. De su boca salen como balas dos animalitos. Es su hermano y el ratón. Los escupe vivos. ¡Vaya! Su disgusto se borra con tal sorpresa. Los ha salvado. Mientras tanto, Mukh muta en una larga serpiente. Se enrolla en el cuerpo del jabalí y descarga un navajazo en el cuello del cerdo. El veneno lo mata al instante. Libera su cadáver y corre a festejar con sus amigos.
Retornan, no al mismo sitio, sí al mismo seno radical; de ninguna manera a la misma localidad porque aprehenden la lección: el presente es tomar las cosas por su orden raso. Sí regresan a la misma raíz: allí se originaron.


FIN


EL RÍO SECO




Ahora que estoy de paso vienen a mi memoria las historias de Tino. Él es un maestro en imágenes alambicadas y desatinos. Por ejemplo, la semana pasada se le ocurrió la idea de un closet con ganchos para colgar virtudes. Pero, para ser sincero, nada me sorprende tanto como sus regalos; siempre son recuerdos. No se trata de lo inusual del don, sino de su contenido. Voy a tratar de reproducirlos, al fin de cuentas ahora son míos.
Todo ocurre en una región cercana; a decir verdad, en un lugar común. Ahí el ser sigue a la palabra; la realidad a la fe. Por eso el presente gobierna el tiempo. Pero basta de fanfreluches, es mejor ir al grano. El orden de los hechos es el siguiente:
“En el centro de la pintura hay una mujer acurrucada en el hígado del desierto. Su trenza cuelga por las peñas de su espalda. No veo su cara, solo unos talones sembrados en la tierra quebrada, reseca; de entre sus hendiduras brotan raíces. La sangre se evapora con el calor del sol. Ella viste como una jacaranda: de falda verde con montículos de polvo, de chal morado a causa de tantos golpes. Parece ser una mujer indígena.
-¿Qué esperas?-le digo. Y no responde. – ¿Me oyes?- Ella calla. Entonces reflexiono. Ella sigue allí; se ve cansada, marchita. Sus tinajas no pueden tomar agua del río. Si. Hace mucho tiempo que tienen sed. Y lo sé por el color de las piedras y las marcas de la rivera ausente. Ni siquiera sopla el viento para que arrastre con sigo la mezcla de ocre y negro del río seco.
El mar es un brochazo de azul turbio. Está en el extremo izquierdo del lugar. Bastaría caminar unos cuantos días para llegar. Es mejor caminar hacia el fondo. Alzo la mirada y el tono neutro del desierto me hace ver reses cuadradas. Allá, en el último plano, un grupo de vacas pastan, digo, escarban el suelo. Una línea marca el inicio del vacío. No es buena idea ir por tierras áridas. Quizás a la derecha haya respuesta. El extremo superior ostenta la torre de un edificio con pinturas de ganado geométrico. Y…abajo, unos cántaros de barro que necesitan ser sombreados para poder existir.
Grito a la mujer: -¡Toma agua de la fuente! ¿No escuchas la música?- a su lado izquierdo brota un hilo de agua. Tiene cristales diáfanos por donde la luz se hace esperanza. Pero ella no percibe nada. Desde hace algunos días imita a las rocas. Me pregunto si la lluvia se compadecerá de su terquedad. Si llueve será arrastrada con la arena de la playa. Al menos la sal del mar curaría sus heridas.
Concluyo el cuadro. Camino fuera del marco, y…todo es igual; mi obra es el paisaje que me sostiene. El mundo es mi reflejo. Si embargo hay una diferencia: en la pintura ya no hay señora, en su lugar, un árbol colorido y, alrededor, algunos pinos. Las huellas del pincel son machetazos morados y verdes”.

FIN

¿Y cómo es él?...

Mi foto
Bogotá, Distrito Capital, Colombia
¿Arte o vida? En el vértice donde se une el arte y la vida hay una casualidad. En ella todo es divino. El artista que busca lo divino es un endiosado!!! Vive en el Uno.