viernes, 11 de septiembre de 2009

EL RÍO SECO




Ahora que estoy de paso vienen a mi memoria las historias de Tino. Él es un maestro en imágenes alambicadas y desatinos. Por ejemplo, la semana pasada se le ocurrió la idea de un closet con ganchos para colgar virtudes. Pero, para ser sincero, nada me sorprende tanto como sus regalos; siempre son recuerdos. No se trata de lo inusual del don, sino de su contenido. Voy a tratar de reproducirlos, al fin de cuentas ahora son míos.
Todo ocurre en una región cercana; a decir verdad, en un lugar común. Ahí el ser sigue a la palabra; la realidad a la fe. Por eso el presente gobierna el tiempo. Pero basta de fanfreluches, es mejor ir al grano. El orden de los hechos es el siguiente:
“En el centro de la pintura hay una mujer acurrucada en el hígado del desierto. Su trenza cuelga por las peñas de su espalda. No veo su cara, solo unos talones sembrados en la tierra quebrada, reseca; de entre sus hendiduras brotan raíces. La sangre se evapora con el calor del sol. Ella viste como una jacaranda: de falda verde con montículos de polvo, de chal morado a causa de tantos golpes. Parece ser una mujer indígena.
-¿Qué esperas?-le digo. Y no responde. – ¿Me oyes?- Ella calla. Entonces reflexiono. Ella sigue allí; se ve cansada, marchita. Sus tinajas no pueden tomar agua del río. Si. Hace mucho tiempo que tienen sed. Y lo sé por el color de las piedras y las marcas de la rivera ausente. Ni siquiera sopla el viento para que arrastre con sigo la mezcla de ocre y negro del río seco.
El mar es un brochazo de azul turbio. Está en el extremo izquierdo del lugar. Bastaría caminar unos cuantos días para llegar. Es mejor caminar hacia el fondo. Alzo la mirada y el tono neutro del desierto me hace ver reses cuadradas. Allá, en el último plano, un grupo de vacas pastan, digo, escarban el suelo. Una línea marca el inicio del vacío. No es buena idea ir por tierras áridas. Quizás a la derecha haya respuesta. El extremo superior ostenta la torre de un edificio con pinturas de ganado geométrico. Y…abajo, unos cántaros de barro que necesitan ser sombreados para poder existir.
Grito a la mujer: -¡Toma agua de la fuente! ¿No escuchas la música?- a su lado izquierdo brota un hilo de agua. Tiene cristales diáfanos por donde la luz se hace esperanza. Pero ella no percibe nada. Desde hace algunos días imita a las rocas. Me pregunto si la lluvia se compadecerá de su terquedad. Si llueve será arrastrada con la arena de la playa. Al menos la sal del mar curaría sus heridas.
Concluyo el cuadro. Camino fuera del marco, y…todo es igual; mi obra es el paisaje que me sostiene. El mundo es mi reflejo. Si embargo hay una diferencia: en la pintura ya no hay señora, en su lugar, un árbol colorido y, alrededor, algunos pinos. Las huellas del pincel son machetazos morados y verdes”.

FIN

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Bogotá, Distrito Capital, Colombia
¿Arte o vida? En el vértice donde se une el arte y la vida hay una casualidad. En ella todo es divino. El artista que busca lo divino es un endiosado!!! Vive en el Uno.