La familia de Santiego se fue a vivir en medio de un bosque. Es un sitio lóbrego; los árboles sofocan la luz y los matorrales cierran los caminos. El aire permanece quieto, sólo lo mecen las olas de mosquitos. La casa que va a habitar está despellejada; muestra carnes y huesos. Está construida de bajareque: barro y guadua; los pisos son de tierra, carretera para los ratones. Y allí están ellos: mamá, papá y dos hijos, Santiego y su hermana.
El joven es inquieto por naturaleza. No soporta aquel lugar. Aunque parezca increíble, el oxígeno lo asfixia.
–Vámonos de aquí. Te quiero llevar a un lugar donde no haya gatos- dice Santiego a su amigo Mukh. (Aquí por cariño le diremos Muk o Mus. Da igual). Se lo echa al bolsillo y salen en una especie de vuelo. Muk alcanza a tomar un poco de queso pues, piensa, en esas circunstancias lo mejor es tener el estómago contento y el corazón lleno.
Avanzan de prisa hasta que por fin atraviesan una bodega. Esa es la puerta de salida, el límite entre el bosque y el potrero. Y al cruzar…la luz. El sol los ciega, pero no tanto como el horizonte. Huir de los gatos, no de la curiosidad que los mata. Aquellos tienen los colmillos afilados, ésta, ensartados. Si, la curiosidad se clava en sus vidas, y el paisaje en sus almas.
-Súbete Mus-. Santiego se convierte en una nube, o en una alfombra voladora. No sé. No es hijo del príncipe Hussein, ni es un cuento de las “mil y una noches”. Tampoco es la imaginación de Toriyama, “Dragon Ball”. No es un “manga” aunque si están en un potrero. En fin, él se sube, luego la nube se eleva a una altura prudente; desde allí es más fácil ver el mundo. Y entre risas y son-risas comienzan a conocer y a bailar.
-¡Tantos lugares y ninguno está libre de gatos!- Exclama Santiego.
-Si. Hay muchos lugares pero ninguno es confiable- Replica Mus… y continúa diciendo: -hemos recorrido muchos países, hay tierras de cultivo, poblados en fiesta, montes, casas desocupadas, oportunidades, pero en todas se corre peligro. Ya estoy agotado.- Ambos padecen nostalgia.
Mientras van exponiendo sus quejas se descubre una casa. No es gran cosa; es de forma rectangular, por fuera se ve que sus paredes son blancas, el techo es de zinc. Se asemeja a una terminal del tren. Tiene una entrada ancha como con ganas de tragar, y dentro, silencio y oscuridad. Se muestra tan familiar. Algunos lugares se parecen a la patria, sin embargo, siempre tendrán un celaje que provoca recelo, desconfianza. Algún enemigo se esconde agazapado, con sus garras al acecho para desmembrar a su presa. Pero la fuerza del recuerdo paterno y materno atrapa como la tela de araña a las moscas.
-Este es el lugar que buscamos- grita con alegría Muk.
-Si, por fin lo hallamos. Por esto salimos y hemos llegado-. Reconoce el compañero.
Se acercan a la entrada. Mus corre, el joven camina. Por eso llega primero el ratón y lo engulle la oscuridad. Un enorme jabalí se lo traga. Lo mismo sucede con el muchacho. Se escucha el crujir de los huesos desarticulados por las mandíbulas de la bestia, y…nada más. Son un plato suculento.
Mientras tanto, en algún lugar del bosque, hay una mujer. Es una gran trabajadora. Algunas de sus labores son: primero, lava la ropa de sus padres y de su hermano para limpiar el aire enrarecido del bosque; segundo, rocía su jardín y llueve sobre ese país y, tercero, sacude la alfombra y truena. En esa labor se complace. De repente viene a su memoria una carta de su carnal. Las palabras de él resuenan en su cabeza: -Debes abrirlo solo al final-. Así lo hace. Saca el papel del sobre y aparece escrito: “Es la bestia de la cabaña”. Claro. Santiego no le oculta nada. Ella interpreta el mensaje. La bestia tiene la culpa. Por eso su violín está hecho pedacitos. La bestia hace mucho daño con sus colmillos. -¡Animal incisivo!- esta frase la estremece de rabia. Corre a golpear al Jabalí. Le da tantos golpes en su lomo que lo hace vomitar. De su boca salen como balas dos animalitos. Es su hermano y el ratón. Los escupe vivos. ¡Vaya! Su disgusto se borra con tal sorpresa. Los ha salvado. Mientras tanto, Mukh muta en una larga serpiente. Se enrolla en el cuerpo del jabalí y descarga un navajazo en el cuello del cerdo. El veneno lo mata al instante. Libera su cadáver y corre a festejar con sus amigos.
Retornan, no al mismo sitio, sí al mismo seno radical; de ninguna manera a la misma localidad porque aprehenden la lección: el presente es tomar las cosas por su orden raso. Sí regresan a la misma raíz: allí se originaron.
FIN
LABORATORIO DE SUTILEZA. El oído es un orificio absoluto; cueva a la eternidad. Ingresas a ella, dejas la luz reproductora del sol. Recorres sus sendas, todo es oscuridad; y al final, en el fondo más íntimo, allí donde dejas de ser lo que eres para ser otro, una Luz; tierna, a punto de morir. Pero cuando te abrasa se hace ilimitada. Es como si dividieras el átomo interior y produjeras una onda de luz tan vasta que hasta el mismo sol sentiría vergüenza de sus ropas gastadas.
viernes, 11 de septiembre de 2009
FRUSLERÍAS DE LAS METAMORFOSIS.
EL RÍO SECO
Ahora que estoy de paso vienen a mi memoria las historias de Tino. Él es un maestro en imágenes alambicadas y desatinos. Por ejemplo, la semana pasada se le ocurrió la idea de un closet con ganchos para colgar virtudes. Pero, para ser sincero, nada me sorprende tanto como sus regalos; siempre son recuerdos. No se trata de lo inusual del don, sino de su contenido. Voy a tratar de reproducirlos, al fin de cuentas ahora son míos.
Todo ocurre en una región cercana; a decir verdad, en un lugar común. Ahí el ser sigue a la palabra; la realidad a la fe. Por eso el presente gobierna el tiempo. Pero basta de fanfreluches, es mejor ir al grano. El orden de los hechos es el siguiente:
“En el centro de la pintura hay una mujer acurrucada en el hígado del desierto. Su trenza cuelga por las peñas de su espalda. No veo su cara, solo unos talones sembrados en la tierra quebrada, reseca; de entre sus hendiduras brotan raíces. La sangre se evapora con el calor del sol. Ella viste como una jacaranda: de falda verde con montículos de polvo, de chal morado a causa de tantos golpes. Parece ser una mujer indígena.
-¿Qué esperas?-le digo. Y no responde. – ¿Me oyes?- Ella calla. Entonces reflexiono. Ella sigue allí; se ve cansada, marchita. Sus tinajas no pueden tomar agua del río. Si. Hace mucho tiempo que tienen sed. Y lo sé por el color de las piedras y las marcas de la rivera ausente. Ni siquiera sopla el viento para que arrastre con sigo la mezcla de ocre y negro del río seco.
El mar es un brochazo de azul turbio. Está en el extremo izquierdo del lugar. Bastaría caminar unos cuantos días para llegar. Es mejor caminar hacia el fondo. Alzo la mirada y el tono neutro del desierto me hace ver reses cuadradas. Allá, en el último plano, un grupo de vacas pastan, digo, escarban el suelo. Una línea marca el inicio del vacío. No es buena idea ir por tierras áridas. Quizás a la derecha haya respuesta. El extremo superior ostenta la torre de un edificio con pinturas de ganado geométrico. Y…abajo, unos cántaros de barro que necesitan ser sombreados para poder existir.
Grito a la mujer: -¡Toma agua de la fuente! ¿No escuchas la música?- a su lado izquierdo brota un hilo de agua. Tiene cristales diáfanos por donde la luz se hace esperanza. Pero ella no percibe nada. Desde hace algunos días imita a las rocas. Me pregunto si la lluvia se compadecerá de su terquedad. Si llueve será arrastrada con la arena de la playa. Al menos la sal del mar curaría sus heridas.
Concluyo el cuadro. Camino fuera del marco, y…todo es igual; mi obra es el paisaje que me sostiene. El mundo es mi reflejo. Si embargo hay una diferencia: en la pintura ya no hay señora, en su lugar, un árbol colorido y, alrededor, algunos pinos. Las huellas del pincel son machetazos morados y verdes”.
FIN
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¿Y cómo es él?...
- Vicente Valenzuela Osorio
- Bogotá, Distrito Capital, Colombia
- ¿Arte o vida? En el vértice donde se une el arte y la vida hay una casualidad. En ella todo es divino. El artista que busca lo divino es un endiosado!!! Vive en el Uno.
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